REGINA GARCÍA LÓPEZ

Aunque no se encuentra entre el elenco de mujeres que se hicieron singulares por la lucha de sus derechos en la España del primer tercio del siglo XX, la figura de Regina García López (Valtravieso, Asturias, 10 de agosto de 1898-Madrid, 19 de mayo de 1942), conocida artísticamente como “La Asturianita”, merece un lugar muy destacado por su increíble historia de superación. Una superación por partida doble: primero, de los límites sociales impuestos a la condición de mujer en su época, y segundo, de sus circunstancias personales originadas por un accidente en su niñez, cuando contaba 9 años, con una máquina de cortar madera en el aserradero de su padre que le provocó la pérdida de los brazos.

Aquel trance, que parecía destinado a lastrar aún más sus aspiraciones como mujer en una sociedad ya de por sí cercenadora, la empujó sin embargo a una ejemplar historia de arrojo y tenacidad. Regina se empeñó con toda su voluntad en no ser una mujer objeto de compasión, para convertirse en una mujer digna de admiración: aprendió a servirse de sus pies para adquirir toda suerte de destrezas, logrando aprender a escribir, pintar, conducir, tirar al blanco, escribir a máquina, tocar diversos instrumentos como el acordeón el piano, el violín o el xilófono.  

Debutó como artista de variedades en 1917, con 19 años, en el Teatro Jovellanos de Gijón. Muy pronto empezó a realizar giras por el extranjero, llegando a actuar en 43 países. En Estados Unidos fue recibida por el mismísimo presidente Theodore S. Roosevelt en la Casa Blanca, momento en que se dio una de tantas singulares anécdotas de su vida: cuando el presidente le fue a saludar tendiéndole la mano instintivamente, “La Asturianita” le ofreció el pie. Una muestra de su desbordante personalidad es que hablaba cinco idiomas extranjeros: portugués, francés, inglés, alemán e italiano. Casada, con tres hijos, María, Marcelino y Juan, se separó de su marido en 1928.

Su dedicación como artista tuvo además una importante vertiente social con su proyecto “Selección”, al que destinaba parte de los ingresos de sus actuaciones para costear los estudios de niños sin recursos de Luarca (Asturias).  “La Asturianita” había llegado precisamente a Madrid unos días antes del estallido de la Guerra Civil para actuar en el Teatro de la Zarzuela en un festival para recaudar fondos para su proyecto social.

La contienda va a trastrocar la vida de esta mujer de gran corazón y sensibilidad, haciendo mella en su espíritu de una manera profunda. En los primeros meses de la contienda se volcó en ayudar a muchas madres a buscar a sus hijos, menores de edad, que se habían marchado de casa a servir como voluntarios en las fuerzas de la República. De sus asiduas visitas al Ministerio de la Guerra con este propósito surgiría su colaboración con el Servicio de Información Militar (SIM) republicano que, paradójicamente, le llevaron a ser detenida y procesada con otras treinta personas por espionaje y alta traición, al considerarse que Regina lideraba una poderosa organización del espionaje “nacional”. Finalmente, la causa terminó para Regina con su internamiento en la sala para enfermos mentales del Hospital Provincial, del que fue dada de alta con el final de la guerra, en abril de 1939. Sin embargo, un mes después “La Asturianita” es detenida y procesada de nuevo por los vencedores acusada de haber colaborado con el SIM republicano, después de negarse al parecer a trabajar como confidente para la policía franquista.

La prolongación de la instrucción al pasar su procedimiento al juzgado militar encargado de las causas contra los miembros del SIM, alargó también su penosa estancia en la cárcel de mujeres de Ventas hasta que en mayo de 1941 es trasladada al Hospital Provincial al apreciar en ella “síntomas de enajenación mental”. Aunque a los franquistas les dijo que había simulado su locura para no ser encarcelada por los republicanos, en la posguerra evidenciará en su diario que sufría alucinaciones.

El consejo de guerra, celebrado el 3 de marzo de 1942, decreta su absolución y su vuelta a la sala de enfermos mentales del Hospital Provincial. El 18 de mayo de 1942 los responsables del centro solicitaron su traslado a un hospital de enfermedades contagiosas por haber contraído el tifus exantemático, seguramente a causa del hacinamiento, falta de higiene y escasa alimentación de su cautiverio. “La Asturianita” falleció al día siguiente, después de haber sido detenida, procesada y encerrada durante cinco años por ambos bandos.