Concepción Gimeno (1850-1919)

Nació en Alcañiz (Teruel) en 1850, aunque ella misma jugó siempre con la fecha de su nacimiento, retrasándola o adelantándola, para evitar que se le encasillara profesionalmente como “mujer de cierta edad” y sólo se la valorara por la calidad de su intelecto. Esto ya nos habla de la inteligencia de su carácter y su modernidad.

Fue una mujer brillante en sus estudios desde su juventud. Se graduó como Maestra en Zaragoza, pero decidió desarrollar carrera como escritora. Se trasladó a Madrid en 1870, buscó conocer a las mujeres que para ella eran un referente, y ahí empezó todo.

A los 19 años, en 1869, ya publica su primer artículo en el periódico “El Trovador del Ebro”. Su título: “A los impugnadores del bello sexo”.
E inicia así igualmente una lucha personal por el reconocimiento a la dignidad de la mujer, su derecho a una educación superior y a brillar intelectualmente, en un mundo en que todavía se calificaba a la mujer estudiosa como de “varonil”, “marimacho” y “marisabidilla”. Fue su gran batalla: el valor de la mujer intelectual como transformadora de su sociedad.

Comenzó a colaborar en la prensa femenina, aprendiendo y tomando el testigo de las pioneras del periodismo femenino en España -Ángela Grassi (1823-1883), Faustina Saez de Melgar (1834-1895) y María Pilar Sinués (1835-1893)-, pero fue un paso más allá que ellas.

Colabora en la revista “La Mujer”, “El Correo de la Moda” o “La Moda elegante ilustrada”, donde sorprende en 1874 con su artículo: “No hay sexo débil”, una bomba para la reclamación de derechos de la mujer, expresado entre grabados de encajes y patrones de vestidos.

En 1873 se decide a fundar y dirigir su propia revista: “La Ilustración de la mujer”. Y alterna el periodismo con una intensa la producción literaria: novela, teatro, pero también ensayos dedicados a su principal reivindicación femenina.

Escribe:
“La mujer española. Estudios acerca de su educación y sus facultades intelectuales” (1877)
“La mujer juzgada por una mujer” (1882)

Allí lanza máximas como esta:
“El estudio regenera: creedlo, la prosperidad y la fuerza creciente de las naciones más avanzadas se debe a la superioridad intelectual de sus mujeres”.

Se casa en 1879 con Francisco de Paula Flaquer, escritor, editor y director de varias publicaciones. Y juntos prosiguen una carrera en el mundo empresarial y periodístico. Viajaron por Sudamérica: Venezuela, Cuba y México, donde fundaron “El álbum de la mujer” (1883) y ya de regreso a España: “El Album Ibero-Americano” (1889)
Fue de las primeras mujeres en dar conferencias habitualmente en el Ateneo de Madrid. Todas con gran resonancia social y en prensa, especialmente tres de ellas: “Ventajas de instruir a la mujer y sus aptitudes para instruirse” (1896), “El problema feminista” (1903) e “Influencia y acción social de la mujer” (1905).

Concepción aboga finalmente por la “mujer integral”, la que suma su cuidado físico como mujer, en el que la belleza es parte importante, junto a su cuidado intelectual y espiritual. Complementa su pensamiento en libros como: “En el salón y el tocador. Vida social. Cortesía y arte de ser agradable” (1899), “Evangelios de la mujer” (1900), o el afamado: “La mujer intelectual” (1901).

Consciente del valor de sus ideas, Concepción procuró que su mensaje no fuera meramente local, sino que se expandiera a otros países que entendieran su misma reivindicación cultural. Así, al final de su vida, entre 1910 y 1919, desarrolló una gira por numerosos países de América: Cuba, Colombia, Uruguay, Panamá, Ecuador, Bolivia, El Salvador, Perú, Chile y Argentina, donde falleció en 1919, a la edad de 69 años.

Concepción escribió y lanzó máximas de enorme impacto. Un resumen de su pensamiento podría ser este:
“Ha hecho más por la mujer el siglo decimonono que todos los siglos anteriores; es indudable que será denominado siglo feminista.
No es el feminismo, como creen los impugnadores que no lo han estudiado, una guerra declarada a los hombres por algunas viragos o marimachos…
La evolución feminista es amparo a las esclavas del trabajo, a las mártires de la vida; redención de seres oprimidos, áncora de los inermes, escudo de los débiles.
Es la continuación del Cristianismo, la religión nueva que no quiere ver tratado al sexo hermoso como a raza conquistada.
El Cristianismo dignificó moralmente a la mujer; el siglo decimonono, enalteciéndola intelectualmente, ha dado el gran paso para su completa rehabilitación”.
Concepción Gimeno de Flaquer
La mujer intelectual, 1901.