ENCUENTRO: Sor Juana Inés de la Cruz: una cultura compartida

Poeta y dramaturga nacida en San Miguel de Nepantla (México), está considerada como una de las más importantes escritoras del barroco español. 

 Era una mujer criolla, como hija de españoles y criada en Nueva España como se llamaba entonces el México actual. Nacida bastarda en una pobre alquería, gracias a su gran inteligencia y deseos de conocimiento, la admitieron en la corte virreinal como dama de la que salió para un convento de San Jerónimo en la capital. No entró por devoción sino como forma de salvaguardar su sed de sabiduría y espíritu indomable ya que era consciente que un marido le pondría muchos límites

Escribió mucho, torrentes de palabras que combinaba en versos con los que trasciende el tiempo pues reflejan los desafíos de una mujer de espíritu libre que defiende y exige su derecho a pensar, a ser y actuar según su propia voluntad. Con sus versos se abre a rescatar a las mujeres del silencio, nos habla de amor y ausencia y sabe unir el nuevo y el viejo mundo, a los que ama por igual: la patria de su cultura y la del terruño que la vio nacer.

Sus grandes conocimientos le abrieron la puerta a un mundo masculino de clérigos y letrados, aunque pagó caro por este acceso que no estaba permitido a las mujeres y menos si eran religiosas. No encajaba su persona en el modelo de aquella sociedad que no valoraba el afán de las mujeres por saber

Sus versos son muchos y buenos. Tiene muchos poemas a María Luisa, la virreina, con la que tuvo una gran amistad. Compuso 21 sonetos sobre el amor en todas sus facetas: sublime, celoso, incomprendido… Hizo teatro, odas, himnos, villancicos y poemas

Gracias a sus numerosos encargos se conocieron sus talentos y fue muy admirada. Un reconocimiento público que su confesor no aprobaba ya que consideraba que las religiosas debían hacer holocausto de sus talentos. En un momento dado cayó en desgracia, la obligaron a retractarse y abandonar las letras, unas órdenes que acató a medias con la esperanza de que vinieran tiempos mejores. Nunca pensó que su labor como escritora fuera pecaminosa dado que Dios le había dado unos talentos que debía desarrollar, aunque los numerosos elogios que recibió la agobiaron porque no se correspondían con lo que ella consideraba su identidad real. No pudo realizar su esperanza de pasar un tiempo prudencial en silencio, de ver un nuevo amanecer en su vida porque murió a los 46 años