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Carmen Díez de Rivera: un verso suelto

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Carmen Díez de Rivera. EL MUNDO

En el Instituto Cervantes, organizado por el Circulo Orellana de Madrid, tuvo lugar este martes pasado un merecido homenaje a Carmen Díez de Rivera, a quien conocí en casa de la escritora Carmen Conde -mi madrina y una de las personas que más ha influido en mi vida-, primera mujer académica de la Lengua, con quien mantenía una gran amistad. Fue un encuentro casual, una comida a la que me sumé sin tener idea de quiénes serían el resto de comensales. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que frente a mí se sentaba una de las mujeres más importantes de la Transición. No solo porque era la jefa de Gabinete del presidente Adolfo Suárez, sino porque eran muchas las historias que sobre ella se fueron tejiendo a lo largo de los años. Algunas sin fundamento, otras ciertas por más que ella no hablase nunca o casi nunca de su pasado, discreta en todo lo concerniente a su vida sentimental.

Si tuviera que definir a Carmen, diría que fue un verso suelto, incapaz de seguir los dictados de ningún partido, libre como era, y defensora de los derechos de las mujeres y del medio ambiente. Una adelantada a su tiempo, de ahí lo difícil que le resultaba la convivencia del día a día con funcionarios, políticos, provenientes del franquismo puro y duro, que no aceptaban que por primera vez en la historia de España una mujer ocupara un puesto de tanta relevancia como el de jefa del Gabinete del presidente del Gobierno.

Las razones por las que Suárez la eligió a ella y no a cualquier otro alto funcionario de la Administración fueron muchas, que resumiría en su imagen de mujer moderna, libre, sin ataduras, defensora de la monarquía que encarnaba el Rey Juan Carlos, además de que hablaba varios idiomas, y mantenía una buena relación con políticos de todas las ideologías, tanto de derechas como de izquierdas, incluso del Partido Comunista, lo que facilitó que personajes tan dispares como Suárez y Carrillo buscasen y encontraran puntos de encuentro para que España, de una vez por todas, pudiera pasar de una dictadura a una democracia.

Después de aquella comida y cuando Carmen ya había dejado su trabajo junto a Suárez, nuestra relación se fue afianzando. Nos veíamos a menudo para tomar un café, charlar sobre su paso por los centros de poder y también, como no, sobre sus sentimientos y aspectos de su vida que le prometí no desvelar jamás, como así he hecho, por el respeto que le tuve y que no ha disminuido con el paso del tiempo, ni siquiera tras su muerte.

Fue ese manto de misterio que la envolvía lo que aprovecharon algunos de sus enemigos, que los tenía, para intentar desprestigiarla, sin darse cuenta de que era precisamente esa animadversión lo que agrandó su figura de mujer que no se casaba con nadie, convencida como estaba de que sus ideas terminarían por germinar, como así ha sido. Feminista por convicción, amante de la naturaleza, defensora de los animales -fue muy criticada por pedir en el Parlamento Europeo, del que era eurodiputada independiente por el Partido Socialista-, propugnó la erradicación de la fiesta de los toros.

A Leticia Espinosa de los Monteros hay que agradecerle este homenaje a una mujer que se fue demasiado pronto, que amó la vida como antes había amado a la persona que más huella le dejó, con una entrega total.

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